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Maestro de maestros

Estamos empezando un nuevo curso. Es momento de que los docentes preparemos lo que será nuestro trabajo, pero más importante es si cabe, el preparar el espíritu para llevar a cabo nuestra labor. He de decir, que personalmente la trato de desarrollar de una forma vivencial, consciente de que forma parte del poner a trabajar un don que el Señor me ha regalado.


En mi época de estudiante, estos momentos eran de dudas e inquietud por el devenir del curso que tenía por delante Es en este momento de mi vida, desde el lado de los docentes, donde Jesucristo aparece con una fuerza singular, Él como maestro perfecto cuyas técnicas pedagógicas nadie ha superado y que son fuerza y aliento en el camino de la enseñanza.


Hace poco, un sacerdote me invitaba a reflexionar sobre todos aquellos profesores que habían influido en mí a lo largo del tiempo por su humildad, dedicación y cariño, me animaba a parecerme a ellos… y qué mejor que imitar a Jesús, el maestro de maestros.

Mucho se ha hablado de Él a lo largo de los siglos como reformador de la sociedad, filósofo, sabio, etc. pero principalmente, Jesucristo era maestro.


Como tal, muestra un amor pedagógico sin límites, es un maestro que siempre sale a nuestro encuentro como ejemplo a imitar y llevar a cabo la muy necesaria labor de educar. Enseña con verdad, con testimonio de vida, con amor, desde una raíz trascendente que se hace cercana a través de las parábolas con lenguaje sencillo y profundo. Como dice el evangelista Marcos. “Les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados”.


Es un maestro cuyas enseñanzas deben movernos a amar primero a quienes están en nuestras manos en las aulas, emprendiendo un diálogo desde la mayor ternura y humildad como Él hizo, por ejemplo, con los que volvían de Emaús. Es en su pedagogía donde reside la formación más eficaz para los docentes.


Es, además, un maestro que se adapta al caminar lento de los discípulos, a quienes trata con ternura a pesar de que su aprendizaje parece por momentos no avanzar. Jesús los acompaña paso a paso, poco a poco, guiándolos a la luz necesaria para sus vidas de una forma paciente adaptada a cada uno de ellos.


El Señor amaba a sus discípulos en sus fortalezas y debilidades, sin humillarlos. Era claro y exigente, con esa fuerza del que sabe que lleva la verdad en sus manos y conoce el

corazón de los hombres. Además, mostraba una enorme fortaleza de espíritu cuando no lo entendían o se burlaban de Él, corrigiendo y formando con amor ante un conflicto o cualquier tipo de división, dando a cada uno lo que necesitaba escuchar.


Puede ser que, como de Jesucristo, este estilo de enseñanza choque frontalmente con el pensamiento y costumbres actuales. Debemos, en este sentido, agarrarnos más que nunca al único y verdadero Maestro. Es momento de estar con nuestros alumnos como hacía el Señor, sin juzgarles, sin condenar. Viendo como Él ve a cada ser humano en su plenitud sea cual sea su condición económica, social o moral… ¡menuda labor tenemos! Nada menos que llevar a nuestros alumnos no sólo a aprender asignaturas, sino ser guías y acompañamiento en los momentos vitales personales en los que estén todos y cada uno de ellos.


Es pues, momento de revisar nuestro estilo pedagógico, siendo conscientes de que es Jesucristo el único que puede dar respuesta a nuestras inquietudes como docentes, a nuestras debilidades y miedos de cara al comienzo del curso. Confrontemos nuestro quehacer diario al de Jesús y mirémonos en Él, que es nuestro ejemplo, nuestro modelo y nuestro Señor… ¡qué privilegio la vocación de maestro! Seamos, pues, maestros al estilo de Jesús y que su Buena Madre nos ayude en esta tarea de llevar a nuestros alumnos a Dios.


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