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Nuevas pobrezas


En la vida de Francisco de Asís hay un episodio que Giotto plasmó en  uno de sus famosos frescos de la Basílica superior de Asís y que podíamos  titular como el primer Strip-tease sacro de la historia. Su biógrafo Tomás de  Celano nos relata así el acontecimiento:

“El padre emplazó a Francisco a comparecer ante el obispo de la ciudad,  para que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le entregara cuanto poseía. A nada de esto se opuso Francisco; al contrario, gozoso en extremo, se  dio prisa con toda su alma para hacer cuanto se le reclamaba. Una vez en la  presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien, sin esperar  palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y tirando todos sus vestidos, se  los restituyó al padre. Ni siquiera retiene los calzones, quedándose desnudo del  todo ante todos. Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor  y constancia, se levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió  con su propio manto […] Helo ahí ya desnudo luchando con el desnudo”. (1Cel  14-15)

La escena que nos presenta Giotto es doble: por un lado, la actitud violenta del padre, a quien su vecino de al lado sujeta la mano para que no abofetee al hijo; más a la izquierda del espectador, dos niños sostienen el halda de sus vestidos llena de piedras para lanzarlas contra el hijo de Pedro Bernardone; por último, el resto de espectadores, de los que unos contemplan fijamente la escena, mientras que otros desvían su mirada para no verla. Por otro lado, la escena de la derecha, donde el obispo cubre a Francisco con un manto, a la vez que mira al público como excusándose del número montado por Francisco, mientras que sus ayudantes contemplan fijamente la escena.

¿Qué nos presenta Giotto con estas imágenes? Pues algo muy común  entre los humanos: la violencia frente a la mansedumbre, la ira frente al  desarme, el orgullo frente a la humildad. Contemplándolas no podemos  obviar preguntarnos: ¿Cómo actuar? ¿Qué va a suceder? ¿Cómo  comportarse ante un violento? Pues de lo que se trata no es solo de  enfrentarse al otro, sino a alguien no dispuesto al diálogo, poseído por la  violencia, dominado por la cólera.

  

El gesto de desnudarse delante de su padre expresa la opción de Francisco de no defenderse, mejor aún, de despojarse de toda clase de defensa. Es un despojamiento más arduo que ningún otro, más difícil, pues solemos estar siempre preparados para salir en nuestra legítima defensa. Siempre tenemos a mano argumentos de todas clases para justificarnos, para defendernos. Siempre. Para legitimar conductas, acciones, posturas, etc. Sin embargo, Francisco nos da un ejemplo de honda pobreza personal. La postura de Francisco se opone también a toda actitud defensiva, tan habitual en todos los tiempos, que tiende a armarse previamente como medio de disuasión.

Frente al padre que reivindica sus derechos, Francisco no se apoya en  ningún derecho, en ninguna petición, en ninguna escritura. Se presenta  desnudo, privado de defensa, inerme. Y justamente porque está sin  defensa, “desarma”, por así decirlo, la violencia del padre. A este solo le  queda recoger sus pertenencias y marchar a casa.

En consecuencia, es pobreza vivir una actitud de no violencia, como  acabamos de ver, y que es muy anterior a la de Gandhi. Otro episodio de la  vida de Francisco nos lo ilustra ejemplarmente. Es el de los ladrones:

“Cubierto de andrajos el que tiempo atrás vestía de escarlata, marchaba por el  bosque cantando en lengua francesa alabanzas al Señor; de improviso caen sobre él  unos ladrones. A la pregunta, que le dirigen con aire feroz, inquiriendo quién es, el varón  de Dios, seguro de sí mismo, con voz llena les responde: «Soy el pregonero del gran Rey;  ¿qué queréis?» Ellos, sin más, le propinaron una buena sacudida y lo arrojaron a un hoyo  lleno de nieve, diciéndole: «Descansa, rústico pregonero de Dios». Él, revolviéndose de  un lado para otro, sacudiéndose la nieve -ellos se habían marchado-, de un salto se puso  fuera de la hoya, y, reventando de gozo, comenzó a proclamar a plena voz, por los  bosques, las alabanzas del Creador de todas las cosas”. (1Cel 16)

La esencia de ambos relatos es la misma: Así como Francisco vence la  violencia del padre con su total desnudez, no solo corporal, así también  vence a los bandidos gracias al hecho de ser pobre e ir vestido de harapos.  Por tanto, la pobreza no consiste en el desprendimiento de la ropa,  los vestidos o cualquier otro aditamento material, aunque tenga que ver  con ella. En el hecho de desnudarse ante el padre, hay una pobreza mucho  más profunda: la de renunciar a toda fuerza y a todo derecho y vivir  alegremente sin ninguno de ellos. Dicho de otro modo: es más una actitud  vital o existencial que un postureo de escaparate o un exhibicionismo de  pancarta.

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