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Que nos queramos más

Un tema perenne y actual para un cristiano es el amor. Seguro que puedes recordar el mayor legado de Jesús, no es ni más ni menos que el mandamiento del Amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn 13, 34-35).


Qué pronto nos olvidamos de esta enseñanza y tendemos a decir "yo soy de…"; cada uno que piense con sus amigos, con sus conocidos, con sus hermanos en Cristo. ¿De quién te consideras? Puede ser de una parroquia, de un movimiento, de una universidad o cualquier grupo dentro de la Iglesia. Esto no es nada nuevo, ya pasaba entre los primeros cristianos: “yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo” (1 Cor 1, 12). El apóstol Pablo era muy claro ante estas afirmaciones, no decía nada, solo preguntaba y como él te invito a reflexionar: “¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?” (1 Cor 1, 13).


¿Cómo vivir verdaderamente el mandamiento del Amor si cada uno actúa desde la enseñanza, la vivencia o la experiencia en un carisma? El mismo Pablo nos da la respuesta: “si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús […] Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha” (Flp 2, 1-5; 14-15). Quisiera destacar tres aspectos de la respuesta del Apóstol:


  1. “No obréis por rivalidad”. Que siempre nos mueva el amor, que en toda actuación busquemos la grandeza del servicio. Donde hay amor no me busco a mí, busco al otro y esperamos encontrarnos con Cristo en nuestro obrar y en nuestro hacer. Decía San Josemaría: "Pon tu corazón en el suelo para que el otro pise blando".

  2. “No os encerréis en vuestros intereses”. Con los pronombres yo, mí, me, conmigo, - incluso nosotros si me cierro a mi grupo- nos quedamos cortos, nuestra vida se queda pequeña, y Cristo vino para darnos Vida en abundancia. S. Ignacio de Antioquía nos recordaba la naturaleza de la Iglesia como Católica, en referencia a que es universal, por lo que hemos sido llamados a vivir la fe en la comunión y compañía de otros, algunos más cercanos, otros más distintos a ti, pero todos hermanos.

  3. “Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones”: pidamos al Espíritu Santo que nos envíe sus dones para llevar a cabo este consejo apostólico.

Estos aspectos, que podrían definirse como “problemas de convivencia", se dan en cualquier grupo humano de toda condición, hasta dentro de las mismas familias. Sin embargo, para superar todas estas dificultades necesitamos del mandamiento del Amor. Un santo y Papa muy cercano en el tiempo lo resumió con otras palabras: “El amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos incapaz. Cristo parecía imposibilitado también. Dios siempre puede más” (S. Juan Pablo II, 1987, párr. 7).


Tal vez estás leyendo estas líneas y puedes pensar en la suerte que tienes, pues todo esto no te ocurre a ti. Ten en cuenta que el enemigo no descansa, ya lo dice san Pedro: “Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1 Pe 5, 8) y una de sus armas más importantes es el tiempo. Pongo un ejemplo práctico, al principio todo se cuida, seguro que recuerdas cuando compraste ese móvil. Los primeros días, las primeras semanas o incluso meses, era como oro en paño. Pero el tiempo pasa y antes o después se deja de cuidar con esa intensidad. Parece que no, pero sin querer le empiezas a dar golpes, se estropea, y nos da igual, ya no es una novedad…esto mismo nos puede pasar con la Vida que se nos ha dado, con el mayor regalo que nos han dado nuestros padres, nuestros amigos, la persona que tanto queremos… El paso del tiempo nos hace descuidarla y se convierte en una vida, que podría vivir cualquiera, hasta puedo llegar a perder mi conciencia de hijo de Dios.


Que esto ocurra no es malo, al fin y al cabo, estamos en la gran aventura de hacer el Reino de Dios. Es más, Santa Teresa de Ávila decía “quién no hace oración, no necesita demonio que lo tiente”. Así que, tranquilo, es buena señal que haya tribulaciones, pero que estos problemas los resolvamos como cristianos: “No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien” (Rom 12, 21).


En conclusión, hagamos un esfuerzo para vivir el mandamiento del Amor y que se pueda afirmar de nuevo de los cristianos lo que se decía en el siglo II: “¡Mirad cómo se aman! Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro” (Tertuliano). Desde mi experiencia, unos consejos personales que daría al respecto serían:


  1. Querernos más a través de la oración. Debemos rezar más los unos por los otros, sobre todo, por aquellos a los que más nos cueste querer. Confía en el poder de la oración, que solo Dios es capaz de cambiar el corazón y obrar milagros.

  2. Hablar mucho y no guardar pensamientos o sentimientos para uno mismo. Mucho menos recomendable sería comentar por la espalda. Recuerda que una obra de misericordia es corregir al que se equivoca. Esforcémonos en realizar la corrección fraterna desde el amor.

  3. No tenemos derecho a privar de amor a nadie y menos por ser como es.

Todo lo que se ha escrito aquí puede parecer de otro mundo, pero lo dijo el Maestro “mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) o “no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17, 16). Con su ayuda, vamos a querernos más.


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