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Ser o no ser

William Shakespeare, a principios del siglo XVII, puso en boca de Hamlet, un príncipe danés atormentado por la indecisión sobre qué hacer como respuesta al asesinato de su padre, una de las frases más famosas de la historia de la literatura: to be, or not to be, that is the question. Con esta frase se inicia el famoso monólogo que manifiesta, en una maravillosa metáfora, la duda existencial sobre la conciencia humana.


Antes de que Descartes propusiera la duda como método racional o como medio de acceso a la verdad, Shakespeare ponía de manifiesto un cambio de época, que marcado por el humanismo daba entrada a la modernidad e iluminaba el camino del pensamiento ilustrado que dominaría los siglos siguientes. Ya no se trataba solo de ser, sino de ser en relación con los demás; lo que mucho más tarde expresaría Ortega y Gasset con su famosa frase: “yo soy yo, y mi circunstancia”.


De tal manera que la famosa traducción de las palabras de Hamlet como: “ser o no ser”, cabría también traducirlas como: “estar o no estar”. En realidad, es bien sabido que el verbo inglés to be encierra los significados en español tanto de “ser”, como de “estar”; con lo que, en principio, no debería de ocasionarnos ningún problema; sin embargo, la cuestión ha estado abierta durante siglos entre los que ponderan la explicación del ser humano bien desde su esencia o naturaleza, bien desde los condicionantes externos; era lo que la metafísica de Aristóteles llamaba substancia o accidentes. Y la discusión a nivel científico se trasladó a la psicología intentando determinar si solo somos un conjunto de células y mediadores químicos que reaccionan a los estímulos externos de una manera determinada (conductismo) o, por el contrario, somos especialmente una construcción personal y única que se conforma a partir de una paulatina interacción con lo que nos rodea (cognitivismo constructivo).


Más allá de una substancia contingente (que podría existir o no), determinada por nuestra naturaleza esencial o lo que también podríamos llamar nuestra genética, los seres humanos somos relación. Contamos con unas capacidades sociales que superan de manera incomparable al resto de seres que nos rodean. Estas relaciones personales nos van conformando e influyendo en nuestro desarrollo tanto físico como psíquico, al tiempo que nuestra presencia influye en los otros. Podríamos expresarlo como hace el pensamiento personalista moderno que no puede entender el “yo” sin un “tú”; así, el individuo es configurado por la comunidad y la comunidad por el individuo en un universo de interacciones que resulta apasionante y que nos acompaña durante toda nuestra vida.


Nuestra existencia no solo queda determinada por “el ser”, sino que se expresa especialmente en “el estar”. Si somos relación es porque nos hacemos presentes ante el otro. Somos presencia y necesitamos estar presentes para no perdernos nuestra propia vida. Cuando un padre o una madre no están presentes en la vida de su hijo, no solo es el hijo el que pierde su derecho y su capacidad de ser, son también los padres lo que no consiguen ser ellos mismos frustrando un desarrollo más pleno. Lo mismo ocurre en cualquier nivel de relación. Y lo mismo que en la relación paterno-filial pasa en las relaciones conyugales, de noviazgo, de amistad, laborales, educativas, vecindad…

Los tiempos de posmodernidad en los que vivimos han propiciado unas tendencias altamente autodestructivas para los seres humanos, porque han exaltado las supuestas bondades de la ausencia. En un intento de eliminar todo sufrimiento, se ha pretendido desterrar cualquier tipo de relación comprometedora bajo la acusación de ser potencialmente peligrosa o sencillamente “tóxica”. De esta manera, eliminamos todo compromiso especialmente el familiar: rompemos el matrimonio y dejamos de ser marido o mujer para convertirnos en “pareja”; nos olvidamos de ser padres por no tener hijos o por alejarnos de ellos a base de supuestas necesidades laborales o de ocio; renunciamos a ser hijos cuando abandonamos a los padres porque son muy mayores y suponen una carga de la que librarse como sea; dejamos de ser hermanos para convertirnos en conocidos; dejamos de ser compañeros porque nos transformamos en competidores, dejamos de ser amigos porque hemos reducido la amistad a redes sociales… Hemos perdido tanto, todo lo hemos convertido en mediático y superficial, todo a nuestro servicio, todo mediado por nuestro derechos y exigencias, nada de compromisos, nada de responsabilidad, nada de sacrificios, solo derechos, gustos y apetencias. Nos dijeron que sería una vida más fácil y nos encontramos solos y ausentes de la vida de los demás, nos hicieron creer que con un móvil y una mascota tendríamos todo arreglado y sin darnos cuenta caímos en el engaño.


¿Nos cuesta creer tan dura realidad? Miremos a nuestro alrededor, miremos con sinceridad dentro de nosotros mismos, no nos engañemos o nos convertiremos en patéticos seres dignos de compasión que deambulan por la vida sin rumbo ni consuelo.

Necesitamos imperiosamente volver a ser presencia, necesitamos estar presentes en la vida de los otros, de nuestros padres siendo hijos, de nuestros hijos siendo padres, en la vida de nuestra esposa siendo marido o de nuestro esposo siendo mujer; necesitamos retomar la fraternidad, la amistad, el compañerismo, la vecindad… y no podremos realizarlo enganchados a la pantalla de un móvil, ordenador o Tablet. Porque:

Estar, o no estar, esa es la cuestión.

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