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Ser reflejo de Cristo

Cuando era pequeña, tendría unos diez u once años, visité por primera vez un convento de monjas de clausura. Recuerdo que antes de ir, pensaba que el convento iba a ser un lugar lúgubre y aburrido y que las monjas iban a estar tristes por estar allí “encerradas” sin poder salir.


Claramente, estaba equivocada. Cuando llegué al convento, me di cuenta de que era un sitio muy bonito y con mucha luz, todo lo contrario a lo que yo me imaginaba. Cuando empecé a hablar con las monjas, me llevé una gran sorpresa. En ellas no había aburrimiento ni tristeza, lo que desprendían era paz y felicidad. Una paz que solo puede venir de Dios y una felicidad reflejo de su Fe.


Hace unos días, en una convivencia, hicieron una pregunta: “¿Qué podemos hacer nosotros, los cristianos, para transmitir al mundo el mensaje de Cristo?”. A mi cabeza vino de repente la imagen de esas monjas y tuve clara mi respuesta: ser reflejo de nuestra fe, ser reflejo de Cristo.


A través de estas monjas, yo pude ver que la fuente de su alegría es Cristo. Esta alegría es el reflejo de la certeza de saber que, al dejarse en manos de Dios, todo iba a estar bien.


Los cristianos, y en especial los jóvenes, tenemos la misión de ser el reflejo de la luz de Cristo en los corazones de nuestros prójimos. Jesús mismo nos lo dice en el evangelio: “Vosotros sois la sal de la tierra […] Vosotros sois la luz del mundo […] Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt 5,13-16).


En todos los lugares que frecuentamos, en especial en la universidad, podemos cruzarnos con multitud de personas diferentes. Algunas de ellas estarán pasando por momentos complicados en su vida. Nosotros podemos poner luz en sus vidas con el mensaje de Cristo, con ese mensaje de salvación y esperanza que es su Resurrección.

San Juan Pablo II se dirigía así a los jóvenes en la JMJ de 2002: "Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su ‘reflejo’”.


Cada uno, con la ayuda del Espíritu Santo, estamos llamados a ser portadores de la buena noticia que es el Evangelio. Estamos llamados a seguir el ejemplo de Cristo en nuestro día a día, y durante toda nuestra vida. Somos cristianos en todo momento, desde que nos levantamos en la mañana hasta que nos acostamos por la noche. Y así lo tiene que ver el mundo.


No debemos tener miedo de vivir como cristianos, no debemos tener miedo de ir a contracorriente. Tenemos que ser un reflejo vivo de nuestra Fe. Tenemos que ser esa luz que ilumine los corazones afligidos, los corazones que están pasando por dificultades, los corazones necesitados de comprensión, los corazones necesitados de esperanza; en definitiva, los corazones necesitados del Amor de Dios.


Para ello no hace falta hacer cosas extraordinarias, simplemente hacernos instrumentos de Cristo, como decía San Francisco de Asís, y dejar que su Amor se manifieste a través de nosotros.


No hace falta hablar. A través de nuestras obras, a través de nuestra actitud, a través de nuestra forma de afrontar las dificultades, podemos contagiar esa alegría y esa esperanza que nos trae la Resurrección de Cristo y la certeza de que Dios es siempre fiel.


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